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REPRODUCIDO DE: Dadon, J. R., G. Chiappini y M. C. Rodríguez, 2002.
Impactos ambientales del turismo costero en la Provincia de Buenos Aires.
Gerencia Ambiental 9(88): 552-560. ISSN 0328-7963
IMPACTOS AMBIENTALES DEL TURISMO COSTERO EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
Las costas sujetas a una rápida y
descontrolada ocupación son las de mayor riesgo ambiental en el futuro
mediato, y paradójicamente a menudo son aquellas de las que menos
conocimiento se tiene. Este riesgo es aún mayor en países que, como el
nuestro, sólo en los últimos años ha comenzado a prestar atención a los
recursos costeros.
por José R. Dadon, Graciela Chiappini y
María Cecilia Rodríguez
La importancia del turismo en la economía mundial ha crecido
durante la segunda mitad del siglo XX. Considerando el turismo
internacional exclusivamente, en 1950 había 25 millones de turistas,
mientras que en 2001 se registraron 689 millones, según datos de la
Organización Mundial del Turismo. La economía de muchas regiones, e
incluso de naciones enteras, se basa en el turismo, y aún en los países
más desarrollados esta actividad genera más divisas que la exportación de
automóviles, productos agrícolas o productos químicos.
Los
beneficios del turismo son ampliamente conocidos. El aumento de la
actividad económica y su diversificación, el incremento del empleo, la
creciente valorización inmobiliaria, la diversificación de actividades y,
en general, el aumento de producto bruto regional, son características muy
atractivas para las comunidades costeras, En particular, para aquellas que
conservan todavía los paisajes con mayor demanda, es decir, playas
naturales, incontaminadas y deshabitadas.
A veces esos esperados
beneficios nunca llegan. En economías poco desarrolladas, los sistemas de
gastos prepagos ("todo incluido"), los sistemas cuasi cerrados (por
ejemplo, resorts, complejos hoteleros y recreativos con playas privadas) y
los cruceros con paradas breves implican grandes inversiones pero se
sustentan en insumos y mano de obra importada; de ese modo, el aporte del
turista a las economías locales es muy pobre y el balance final puede ser
incluso negativo (Gibson, 1993).
Por otro lado, las costas sujetas a
una rápida y descontrolada ocupación son las de mayor riesgo ambiental en
el futuro mediato, y paradójicamente a menudo son aquellas de las que
menos conocimiento se tiene. Este riesgo es aún mayor en países que, como
el nuestro, sólo en los últimos años ha comenzado a prestar atención a los
recursos costeros.
En la Argentina, el turismo, y en particular el
turismo de sol y playa, depende fuertemente de los periódicos ciclos
macroecónomicos, que alternativamente fomentaron o desalentaron las
inversiones en esta actividad. El auge del turismo interno de la década de
1970 fue acompañado por una fuerte expansión urbana en la costa atlántica.
En contraposición, la década de los 1990 se caracterizó por un déficit en
el balance del sector turístico debido a la preferencia por destinos en el
exterior del país.
Las ciudades balnearias más importantes del país se
encuentran en la costa marina de la región pampeana, que concentra
entonces no sólo la mayor actividad agropecuaria y pesquera del país, sino
también la mayor actividad turística. En el noreste bonaerense el turismo
se concentró en el cordón costero, cuyas tierras no son aptas para
actividades agropecuarias y fueron históricamente consideradas
improductivas y estériles (véase ejemplos en Dadon, 1999). En el sur de la
provincia (por ejemplo, General Madariaga, General Alvarado, Necochea,
etcétera) coexiste con actividades agropecuarias, industriales y
pesqueras; en esos casos, la valorización de la tierra ha llevado al loteo
y urbanización de terrenos costeros previamente destinados a la
agricultura.
El corredor turístico y sus zonas
El Corredor Turístico de la Costa Bonaerense se extiende
desde el Cabo San Antonio hasta la desembocadura del Río Negro, con más de
1300 km de costa atlántica. Recibe anualmente unos 7.500.000 personas, con
un aprovechamiento turístico inferior a su capacidad potencial pero con
una oferta de más de un millón de plazas, de las cuales 85 por ciento
corresponde a viviendas de uso turístico (Tauber et al., 1998).
Este
corredor puede dividirse en tres zonas diferentes. La zona Norte abarca
los Partidos de La Costa, Pinamar y Villa Gesell, todos ellos municipios
urbanos asentados sobre el cordón costero y sin territorio rural. La zona
Central está integrada por Mar Chiquita, General Pueyrredón y General
Alvarado, mientras que la zona Sur incluye Lobería, Necochea, San
Cayetano, Tres Arroyos, Coronel Dorrego y Monte Hermoso; salvo este
último, todos estos partidos incluyen territorio rural.
La zona Norte
tiene playas arenosas continuas, abiertas y sin barrancas, de tipo
intermedio o de barras, más cercanas al tipo reflexivo que al disipativo,
sin límites netos, con gran variabilidad en su extensión. La acción marina
y eólica son los principales procesos del modelado, sin participación
fluvial, a excepción de cursos efímeros de escaso recorrido y desarrollo,
que drenan aguas pluviales de los médanos costeros hacia el mar. El área
está sujeta a procesos costeros relativamente simples. Las modificaciones
físicas a lo largo de esta costa son inducidas directa o indirectamente
por el viento. Las olas, las corrientes litorales, las sudestadas y en
menor medida el efecto directo del viento sobre la playa distal ponen en
movimiento el prisma de sedimentos de la playa (Fig. 1). En esta zona la
costa tiende naturalmente a avanzar (acresión), sin problemas de erosión
natural; los procesos erosivos que se observan localmente son consecuencia
de la intervención humana.
Figura 1. Esquema de niveles de sedimento, constituyentes
del prisma arenoso de playas.
En las costas bajas pueden diferenciarse cuatro zonas. La zona I es la más próxima al mar, con altas tasas de transporte de
arena e hiperconcentración salina. Los factores físicos ejercen aquí un
fuerte control sobre el paisaje y la composición de la biota. La
vegetación consiste de hierbas rastreras y carnosas con rizomas y
estolones, de rápido crecimiento que les permite sobrepasar la acumulación
de arena. Poseen protección cuticular y glándulas exudadoras de sal,
forman montículos aislados y su supervivencia es efímera debido de la
acción de las tormentas. El establecimiento de vegetación induce el
entrampamiento de sedimento. La zona II presenta una mezcla de especies de
la zona I, a la que se agregan otras samófitas; la composición específica
depende de la salinidad del suelo y de la disponibilidad de agua. Las
depresiones intermedanosas tienen alta cobertura vegetal herbácea de porte
intermedio. En las dunas más alejadas del mar y secas (dunas muertas y
dunas fósiles; zonas III y IV) es frecuente encontrar talares; allí los
factores biológicos tienen mayor importancia en el control sobre el
paisaje.
Existen dos subsistemas de aguas: uno regional profundo,
con gradiente hacia al mar y otro superior, local, con descarga hacia el
mar y en parte hacia la llanura (Fig. 2) . Debido a la evapotranspiración
y el lento drenaje, las aguas subterráneas son salobres a saladas en la
llanura y dulces en el médano. Esta diferencia de densidades determina dos
interfacies: agua duna-agua continental y agua continental-agua marina.
Las lentes de agua dulce, tal el agua suspendida en la masa de aguas
continentales, constituyen el reservorio del agua almacenada dentro de los
médanos.
Figura 2. Esquema del freático en el cordón costero (según
Sala, 1982).
Varias ciudades se suceden en esta zona, sin que ninguna
predomine claramente; todas están dedicadas principalmente y casi
exclusivamente al turismo. La ruta provincial interbalnearia N°11,
paralela a la costa, constituye el límite oeste de estos partidos y los
interconecta entre sí y con el resto de la provincia.
El lujoso
balneario que comenzó a construirse en Ostende a principios del siglo XX
para competir con Mar del Plata y Miramar terminó en un fracaso, entre
otras causas, debido al desconocimiento de técnicas de fijación del
terreno. Recién en la década de 1930 comenzó la verdadera ocupación urbana
de esta zona, que, con distintas alternativas, continúa avanzando en la
actualidad. La superficie urbanizada y la población residente crecieron
durante la segunda mitad del siglo XX a tasas superiores a la media
nacional y a las restantes ciudades costeras (inclusive Mar del Plata),
constituyendo una de regiones más dinámicas del país. La densidad de uso
de las playas es heterogénea y está relacionado con el desarrollo urbano.
En la zona Central la acción marina ha modelado una costa de
acantilados y la línea de costa se encuentra en franco retroceso. Sin
embargo, y a pesar de su balance erosivo, existen fenómenos locales de
acumulación. El sustrato es rocoso y en los sectores emergentes es posible
identificar los faldeos de las Sierras de Tandilia, cuyas formaciones
rocosas afloran cerca de la costa y forman parte de las barrancas. La
altura de los acantilados alcanza 10 m en Parque Camet y supera los 30 m
en Barranca de los Lobos, mientras que las playas poseen un ancho variable
entre los 50 y 100 m.
En la albufera Mar Chiquita, la playa presenta
variaciones estacionales y una gran variabilidad morfológica donde, además
del proceso erosivo que se observa en las playas aledañas, existe una
clara tendencia natural migratoria de la boca de la desembocadura de la
laguna hacia el norte. La inadecuada intervención humana produjo el
acrecentamiento de este fenómeno que comienza a hacerse más notorio a
partir de la década del '30, veinte años después de la construcción del
Puerto de Mar del Plata. El actual Puerto y su Escollera Sur causaron
graves interferencias en la dinámica de la deriva litoral. Su
emplazamiento ocasiona el embancamiento de la boca de la estación
portuaria con la consiguiente reducción de su calado. Además produce la
retención y depositación de arena al sur de la Escollera Sur, la
disminución en la cantidad del arena en las playas al norte del puerto y
el aumento en el efecto de erosión costera.
Algo diferente se observa
en la proximidades de Miramar, donde la costa está caracterizada por una
ancha faja de dunas costeras que separa la actual playa de los terrenos
continentales. Aquí la acción marina cuaternaria produjo acantilados de
menor altura que los descriptos anteriormente, pero que se encuentran
sepultados en su mayor parte por la arena de las dunas y sólo pueden
observarse algunos sectores.
Esta zona cuenta con actividad rural
(integra la cuenca papera junto con Balcarce) y se encuentran aquí los
mayores y más antiguos centros de turismo costero. Mar del Plata y Miramar
fueron fundados a fines del siglo XIX (1874 y 1888, respectivamente) de
acuerdo al modelo de balneario europeo imperante en esa época. Ambos
superaron ya la fase de crecimiento acelerado y parecen haber llegado a un
punto de saturación. Mar del Plata es la ciudad turística más frecuentada
del país (3.000.000 de visitantes por año; Mantero, 1997), además de ser
el puerto pesquero más importante y un destacado centro regional
industrial y cultural. Miramar recibe 220.000 turistas por temporada
(Mantero y Cañueto, 1997). La ruta 11 estructura internamente esta zona,
pero el acceso desde el resto del país se produce principalmente a través
de la ruta 2. La densidad de uso de las playas es alta, en muchos casos
hasta la saturación. La zona Sur es similar a la zona norte, con costas
bajas respaldadas por médanos, aunque existe una mayor influencia fluvial
en el modelado del paisaje. Necochea y Monte Hermoso son los centros
turísticos más importantes, pero la zona es predominantemente rural y
carece de una ruta interbalnearia que la estructure. Las actividades
turísticas son locales, no actuando los distintos centros como partes de
un mismo corredor. Las playas están aún poco utilizadas y tienen
potencialidades para un crecimiento futuro.
La frontera de uso turístico
La frontera de uso turístico avanza en etapas secuenciales,
cada una de las cuales presenta un entorno ambiental característico
producto de la interacción entre los procesos físico-naturales y los usos
y las actividades humanas propias de esa etapa (Dadon, 1999).
En la
etapa de uso sin establecimiento permanente no hay edificación ni
infraestructura instalada. La dinámica de los procesos naturales en
general no sufre interferencias aunque algunos componentes del sistema
natural son aprovechados de manera transitoria y en pequeña escala. Las
actividades relacionadas con el turismo son estacionales y de bajo
impacto: tránsito vehicular, cabalgatas, pesca deportiva, camping, etc.
Los efectos son reversibles en el corto plazo. También se realizan
actividades extractivas, tales como la minería de áridos y la pesca de
moluscos, aunque el efecto de estas actividades depende de la escala en
que se realicen.
En la etapa pionera ya existe ocupación urbana, que se
extiende paralela a la costa y que es llevada a cabo principalmente por
pequeños propietarios. En muchos casos, esta ocupación es precedida por
una preparación previa del terreno, consistente en la fijación de dunas
activas y en la forestación del área, a veces con nivelado del terreno. El
proceso de conversión del paisaje se inicia con el modelado de las dunas
hacia una forma más tendida y achatada, que permita el emplazamiento de
los edificios y corredores viales, proceso que implica el reemplazo de la
vegetación por especies introducidas, conservándose la biodiversidad
nativa solamente en las dunas frontales y en las áreas protegidas. Dos han
sido los modelos de urbanización predominantes. En un caso (Mar de Ajó,
Santa Teresita, San Bernardo, Las Toninas, etc.) se ha desbastado
totalmente el sistema de médanos y se adoptó un trazado en damero, con
algunas diagonales para agilizar la circulación. Este modelo aumenta la
vulnerabilidad a las tormentas y genera una fuerte predisposición a la
erosión. En el otro caso (por ejemplo, Pinamar, Cariló), la intervención
fue orientada hacia la excesiva forestación dunícola y la elitización de
la ocupación, con trazados que respetan en parte la topografía natural. La
vegetación implantada entrampa sedimentos, disminuyendo el riesgo de
erosión, pero paradójicamente, al promoverse la fijación de las dunas,
éstas resultan ser tamaños excesivos para el punto de equilibrio del
ambiente circundante, en tanto que en el paisaje urbano y periurbano, son
reducidas en grado extremo (Chiappini, 1998).
Las actividades
económicas en esta etapa se relacionan casi exclusivamente con el turismo
y la construcción, y presentan una marcada estacionalidad. Las obras de
infraestructura, cuando existen, son pocas y se concentran en el trazado y
el mantenimiento de las vías de acceso, asfaltadas o no.
La etapa de
consolidación se caracteriza por el crecimiento urbano perpendicular a la
costa, el aumento de la población turística, el establecimiento de
industrias familiares o artesanales, el incremento del rubro servicios, la
menor estacionalidad en las actividades locales y el aumento consecuente
de la población estable. Se tienden redes viales, alcantarillado, redes de
gas y de agua, muchas veces en ese orden. Se establece una sectorización
(planificada o no), con áreas residenciales ("turísticas"), comerciales
estacionales, comerciales permanentes (con clara diferenciación en cuanto
a los productos ofrecidos en cada una de ellas) y periféricas; en estas
últimas se establecen los residentes permanentes y las áreas de servicios
y venta de materias primas (Dadon, 1999).
En esta etapa aparecen
problemas de contaminación, en particular de origen orgánico, con marcada
estacionalidad y, paralelamente, aparecen iniciativas de conservación de
áreas naturales, forestales y/o históricas. También hay problemas de
erosión de las playas y salinización y/o agotamiento de acuíferos, debido
a que la tasa de consumo supera a la tasa de renovación de los mismos
(Dadon, 1999). Se observan depresiones de los niveles, depleción, invasión
de aguas saladas y contaminación bacteriológica.
Ya consolidada la
ocupación urbana, se produce un avance paulatino sobre las áreas vecinas.
Las actividades relacionadas con ese avance son variadas y dependen de la
distancia. En las playas céntricas se establecen edificaciones
permanentes, recreativas, comerciales y sanitarias. En temporada alta,
existe una sectorización espacial y temporal de usos recreativos en
franjas paralelas al mar (esto es, espacios para comer, asolearse, juegos
de pelota, natación, actividades náuticas, etcétera), establecida en parte
por normativas municipales y en parte por consenso social.
En las
playas del periurbano se encuentran se encuentran establecimientos para
acampar, reservas, viveros dunícolas y las últimas construcciones
permanentes. Se localizan aquí las actividades náuticas que requieren
espacio libre en la zona de rompiente (surf, motos de agua) y la pesca
deportiva desde la playa. Desaparece la zonificación descripta para las
playas céntricas; en algunas playas hay una sectorización a lo largo de
playa (en vez de a lo ancho), reservándose áreas para actividades
específicos (salida de embarcaciones, motonáutica, paseos en vehículos o a
caballo).
Las playas alejadas del periurbano carecen de sectorización
para diferentes usos. Las actividades que se realizan son principalmente
paseos a pie, a caballo o en vehículos todo terreno y pesca deportiva
desde la playa. En algunas áreas es frecuente el camping autónomo en los
médanos. Otras actividades son la extracción furtiva de moluscos con fines
comerciales y la minería de áridos.
En las zonas más alejadas (a partir
de los 10 km del periurbano aproximadamente) se conservan las
características propias de las playas naturales y solamente se utilizan
como sectores de tránsito rápido.
Efectos
El avance de la frontera de uso turístico introduce nuevos
usos y actividades en áreas previamente no intervenidas, produciendo
efectos indeseados que se agudizan con el tiempo. A continuación se
analizan algunos de los efectos que mayor incidencia tienen en la pérdida
de calidad ambiental.
Erosión
La forestación de los médanos, la extracción de arena y la
construcción de infraestructura urbana, que son actividades que aparecen
muy temprano en la secuencia de intervención antrópica, interfieren
directamente con la dinámica sedimentaria.
La extracción continuada de
arena para la construcción produce un desbalance que se evidencia en los
cambios en el perfil de la playa. La captura del material que debe
reconstruir la berma demolida por cantereo inflige una pérdida volumétrica
similar en la corriente costera. La subsecuente subsaturación provocada en
el flujo permite liberar su potencial hidráulico erosivo aguas abajo. La
extracción de arenas del litoral puede alterar el recorrido de las
isobatas (como se ha observado por ejemplo al sur de Villa Gesell;
Chiappini, 1998), conduciendo a una modificación de los patrones de
refracción de olas, que resulta en una concentración de energía sobre la
costa. El tránsito periódico de vehículos pesados que acceden desde el
camino a la playa termina labrando una superficie que se mantiene casi a
nivel de la zona vadosa, permitiendo el drenaje de los médanos aledaños.
Esta situación produce el lavado de sedimento durante intensas lluvias,
aumentando la erosión generalizada en el sector (Chiappini, op.
cit.).
Si bien el efecto de la extracción de arena es más evidente
localmente, el déficit en el balance sedimentario se traslada
lateralmente. El continuo aporte de arena sobre la zona intermareal y los
vientos que actúan sobre la playa inducen hacia tierra el crecimiento
general de las dunas. Dado que el sistema de corrientes litorales tiene
una resultante paralela a la costa hacia el norte, el transporte neto de
sedimentos se produce en ese sentido. En varios sectores de la costa (por
ejemplo, en Punta Médanos) el balance natural es favorable a la
sedimentación, de modo que, si sólo actúan los factores naturales, la
costa se encuentra en un estado neto de avance. Por el contrario, en zonas
en las cuales la edificación interfiere con el balance sedimentario, la
costa ha retrocedido de manera evidente, como ocurre por ejemplo en Mar
del Tuyú.
La etapa de consolidación agudiza los problemas de erosión.
Típicamente, la primera línea de edificación en los balnearios turísticos
es también la más alta, decreciendo hacia el interior. Los edificios
introducen un efecto barrera en el sistema eólico, pudiendo hasta invertir
el flujo regional, lo que resulta en un transporte sobre la costa durante
vientos offshore. De esta manera, el paisaje urbano y las forestaciones
implantadas colaboran en la desorganización del transporte eólico
periférico y promueven la acción erosiva en las playas.
En las costas
acantiladas, la red vial avanza sobre el borde del acantilado en las zonas
más pobladas y la construcción de espigones y escolleras generó nuevos
problemas (por ejemplo, en Mar del Plata). En zonas más despobladas, la
construcción de segundas residencias sobre el borde mismo del acantilado
podría seguir el mismo camino (por ejemplo, en General Alvarado).
Cambios en la biodiversidad
Muchas actividades humanas inciden directa o indirectamente
sobre la biodiversidad nativa, produciendo la declinación de especies por
explotación incontrolada o por la modificación y/o fragmentación de su
hábitat, la introducción intencional o involuntaria de especies o la
destrucción directa de ejemplares por pisoteo o vertido de tóxicos,
etcétera.
La masificación del turismo aumenta la presión sobre las
playas naturales aledañas y extiende el área de actividades sin
asentamientos. En los últimos años se han hecho muy populares las
excursiones por los médanos en vehículos todo terreno (Pérez García,
2000), que agudiza la erosión y genera daños en la biota, tales como
reducción del número de especies y de la cobertura de la vegetación;
interferencias con la nidificación de las aves costeras; daño y muerte de
animales propios de la zona intermareal; etcétera.
Las forestaciones
multi o uniespecíficas de pinos (Pinus maritimus), acacias negras
(Acacia melanoxylon), tojos (Ulex europaeus), tamariscos
(Tamarix gallica), mioporos (Myoporum laetum) y/o eucaliptos
(Eucalyptus spp.) están bajo manejo sólo en algunas localidades
(por ejemplo, en Miramar). Muchas de ellas fueron realizadas en la década
de 1940 y al presente están dominadas por árboles ya seniles, lo que
aumenta el riesgo de incendios durante los veranos secos. Algunas especies
se asilvestraron, desplazando a la vegetación natural en localidades como
Pinamar o Villa Gesell (Vervoorst, 1967).
La introducción de especies
no siempre es intencional. Las embarcaciones pueden transportar quistes,
estructuras de resistencia, larvas y adultos de algas y animales desde
regiones lejanas, ya sea en el agua de los tanques como adheridas al casco
de las naves. La introducción accidental de estas nuevas especies, a veces
en un entorno libre de los predadores de su región de origen, puede
resultar en un desplazamiento de la biota local en favor de la introducida
y suelen avanzar desde el puerto de entrada hacia las áreas linderas con
crecimiento exponencial. La introducción y proliferación de la macroalga
Undaria en el Golfo Nuevo y de bivalvos Limnoperna fortunei y
Corbicula
fluminea en el río de la Plata, junto con otras especies asociadas, son
claros ejemplo de este problema.
El desplazamiento y la desaparición de
la biota nativa preocupa sólo en el caso de especies de interés pesquero.
La almeja amarilla (Mesodesma mactroides) se explotó comercialmente en la
década del '40 pero la sobrexplotación llevó este recurso al colapso y
desde 1958 la recolección fue permitida únicamente como actividad
recreativa. A pesar de la veda impuesta, el recurso amarilla disminuyó
paulatinamente en las décadas siguientes. La declinación de esta pesquería
entre los años 1960 y 1990 era evidente, pero fue interpretada como un
problema que afectaba sólo a esa especie y no como un indicio del impacto
sobre la comunidad biótica en su totalidad causado por los profundos
cambios ambientales que tuvieron lugar en el cordón costero durante esas
décadas (Dadon, 1999).
Contaminación
La depuración de aguas servidas es insuficiente en muchas
localidades y pueden generarse pulsos periódicos de contaminación en las
aguas costeras o bien, en los campos adyacentes, de acuerdo al
emplazamiento de las plantas de tratamiento. El riesgo de contaminación
orgánica es bajo en las primeras etapas del desarrollo urbano y aumenta a
medida que éste avanza. La circulación costera es abierta en la mayoría de
los tramos, lo que favorece la dilución de los vertidos y la
autodepuración. En cambio, la construcción de defensas costeras y en
particular, de escolleras, aumenta la persistencia de la basura y de la
turbidez (Isla y Villar, 1992), concentrando contaminantes precisamente en
las playas que se desea preservar para el turismo. Parte de la basura
sólida escapa del circuito de recolección y se acumula finalmente en las
playas más alejadas (Dadon, 2002).
Otros tipos de contaminación que
afecta a las playas no se originan por actividades turísticas. La
contaminación por hidrocarburos es permanente en zonas portuarias (Mar del
Plata, Bahía Blanca) y se registran periódicos manchones sobre la arena y
en el agua, debidos al lavado de sentinas mar adentro. El reciente derrame
petrolero acaecido frente a las costas de Punta del Este (Uruguay)
constituye un llamado de atención sobre posibles accidentes con gravísimas
consecuencias sobre el turismo costero.
El nitrógeno es un factor
limitante de la producción fitoplanctónica en las aguas del frente costero
bonaerense, pero es aportado por la actividad agrícolo-ganadera que se
desarrolla en las zonas aledañas. La utilización creciente de pesticidas y
fertilizantes nitrogenados y fosforados en los cultivos en las últimas
décadas se suma a las inundaciones recurrentes que, junto con la
impermeabilización del sustrato en áreas urbanas, producen un incremento
creciente en la carga de nutrientes orgánicos e inorgánicos que se aportan
al mar y pueden desencadenar floraciones repentinas de algas planctónicas.
Este fenómeno deriva en una gama de efectos que van desde una simple
molestia para los bañistas (Fig. 3) a eventos más graves como
intoxicaciones masivas por consumo de mariscos contaminados con sustancias
nocivas (generalmente denominados mareas rojas). Se desconocen aún los
mecanismos que disparan las floraciones de fitoplancton con potencialidad toxicogénica.
Sin embargo, el incremento de las actividades humanas en las
zonas costeras contribuiría en gran medida a dichos episodios, como lo
indican casos bien documentados. Por ejemplo, en el Mar Interior del Japón
se registraron 44 episodios de florecimientos algales nocivos en 1965
mientras que en 1975, éstos habían aumentado a más de 300. Evidencia
indirecta del rol que cumplen las actividades humanas es que el control
estricto del vertido de efluentes por parte de las autoridades logró una
disminución significativa de los florecimientos algales.
Figura 3. Floración algal muy frecuente en la temporada
estival. La coloración oscura lleva a denominar vulgarmente "espuma de
yodo" a estos manchones; pueden ser confundidos con manchas de
hidrocarburos o "aceite" por turistas desprevenidos
No sólo es importante la concentración de un nutriente en
particular sino el balance entre los distintos nutrientes. El aporte de
nitrógeno puede aumentar la tasa de división de las diatomeas (principales
componentes del fitoplancton costero bonaerense), aumentando la demanda de
sílice. Este elemento se torna entonces limitante para las diatomeas, pero
no para otras algas sin paredes silíceas, que terminan aumentando su
proporción relativa en el plancton. Es por ello que pueden observarse
cambios en la dominancia conforme crece la proporción nitrógeno a sílice
en el agua.
Demanda de agua potable
El avance de la frontera de uso turístico y la masificación
del turismo han incrementado la demanda de agua potable en la zona
costera. En el corredor norte el agua subterránea falta hacia el fin de la
temporada estival (Isla y Villar, 1992). El desarrollo urbano dificulta la
recarga de los acuíferos debido a la impermeabilización del sustrato por
edificaciones y pavimento. La canalización de la descarga pluvial hacia la
playa es una práctica muy frecuente que implica disminución de la tasa de
renovación de agua subterránea, además de incremento en las tasas de
erosión de la playa y de contaminación orgánica de las aguas.
Desarrollo y conservación en el corredor turístico: un
equilibrio necesario.
Muchas localidades desean los ingresos, el empleo y el
desarrollo económico que el turismo proporciona, pero ignoran sus costos a
mediano y largo plazo. En todo el mundo, las autoridades municipales
tienden a fomentar las urbanizaciones turísticas, lo que permite ampliar
la recaudación impositiva. Promueven así nuevos loteos, forestaciones y
urbanizaciones, aunque al mismo tiempo pretenden mantener los recursos
nativos tradicionales (pesqueros, paisajísticos, etcétera) como atractivo
turístico e incluso, explotarlos comercialmente de manera sostenible. Sin
embargo, conseguir simultáneamente estos objetivos requiere la realización
de estudios previos y planificaciones detalladas junto con un manejo
ambiental y medidas de protección muy estrictas, que no parecen ser
compatibles con el uso actual de las playas.
Actualmente, la costa
bonaerense conforma un friso heterogéneo, muy fragmentado, de estructura
compleja donde se alternan parches más o menos extensos que mantienen sus
características naturales con otros muy modificados, forestados o
urbanizados. La diversidad regional, considerada en su conjunto, ha
aumentado con el aporte de especies introducidas y la modificación del
hábitat. Un cierto grado de modificación puede ser deseable desde el punto
de vista del turismo, si permite diversificar la oferta de actividades y
si no se alteran irremediablemente los procesos que estructuran y
controlan los sistemas naturales.
Los sistemas naturales no responden
linealmente a las modificaciones antrópicas (lo que implicaría que los
efectos son siempre proporcionales a las causas) sino que lo hacen según
una respuesta logística: los cambios pequeños producen efectos muy
pequeños en sistemas intactos, pero producen efectos muy grandes en
sistemas muy alterados. Esto implica que los efectos observados hasta el
momento son mucho menores que los esperables a medida que la costa sea
paulatinamente alterada. Esta menor respuesta a los cambios ya ocurridos
se debe a que aún existen áreas considerablemente extensas que actúan como
reservorios de recursos naturales (arena, agua, vegetación, fauna,
biodiversidad nativa, paisaje natural), las cuales se encuentran en
equilibrio dinámico entre sí y con parches de diferentes tamaños a todo lo
largo de la costa; en particular, esto es evidente en la zona sur.
El
cambio de playas naturales a playas urbanas afecta el patrimonio
físico-natural, altera los procesos dinámicos, aumenta la vulnerabilidad
de las costas, reduce la disponibilidad de recursos, deteriora el paisaje,
reduciendo en suma el atractivo turístico que sustenta el desarrollo
económico. Con el incremento de la superficie urbana puede desaparecer la
mayor parte de la biota nativa, con la consiguiente caída de la diversidad
regional. Es esperable que se produzca en ese punto una mayor la presión
de las actividades humanas sobre el ambiente y simultáneamente, una mayor
interferencia en la dinámica de los procesos naturales, de modo que los
problemas que al presente son relativamente locales se transformen en
problemas regionales.
Por el contrario, un balance adecuado entre áreas
naturales sin intervención humana, áreas forestadas y urbanizaciones
dentro del cordón costero permitiría lograr un desarrollo económico
considerable, evitar conflictos de intereses en el uso de la zona costera,
y, al mismo tiempo, alcanzar valores relativamente altos de biodiversidad
gracias a la conservación de la biota nativa y de la riqueza paisajística,
facilitando además la preservación de los mecanismos dinámicos que las
mantienen. La generación de alternativas al modelo de sol y playa es
posible y deseable dentro de este esquema, y garantizaría también la
sustentabilidad económica a largo plazo.
Los municipios por sí solos
no suelen tener la capacidad económica para restaurar la calidad ambiental
una vez que ésta se deteriora; por ello, el objetivo de autofinanciamiento
municipal implica de manera ineludible la preservación de los procesos
dinámicos naturales a largo plazo. Resultaría entonces conveniente
planificar el grado de intervención preservando la calidad de ambientes y
paisajes junto con la biodiversidad nativa e introducida, garantizando
niveles de uso adecuados y optimizando la oferta turística.
Desarrollo, turismo y conservación no son en absoluto incompatibles;
por el contrario, son concurrentes y complementarios. Es necesario
recordar repetidamente que el turismo costero se fundamenta en la calidad
ambiental de manera ineludible, y que la conservación debe ser por lo
tanto explícitamente contemplada en todo plan de desarrollo costero. Suele
olvidarse, sin embargo, que deben conservarse no las áreas sino los
procesos naturales que mantienen la calidad ambiental (por ejemplo,
recarga de acuíferos, dinámica sedimentaria, crecimiento de las
poblaciones, etcétera). Como se ha visto anteriormente, la escala espacial
de estos procesos es regional y por ello también debe serlo la escala de
planificación.
Hay entonces dos escenarios futuros posibles para la
costa bonaerense. Uno de ellos es producto de la falta de planificación
regional y conduce a una costa casi completamente urbanizada, con
problemas crecientes de contaminación, erosión y vulnerabilidad, con
escasas áreas de reserva dominadas por especies introducidas. El otro
conlleva a un equilibrio entre el desarrollo económico y la preservación
de la calidad ambiental, los recursos naturales y los procesos que los
mantienen, asegurando la sustentabilidad económica y ecológica. La
decisión sobre qué escenario constituirá el futuro debe tomarse ahora.
Bibliografía
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playas comprendidas entre Cariló y Faro Querandí, Buenos Aires. Tesis de
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As.). INTA. Serie Fitogeográfica 7.
José R. Dadon es miembro del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y forma parte del Grupo
de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (Gepama), Centro de Estudios
Avanzados, Universidad de Buenos Aires. Graciela Chiappini trabaja en
la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos
Aires. María Cecilia Rodríguez integra el cuerpo docente de la Facultad
de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos
Aires.
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